Norberto Medina, en sus obras recientes, aparenta querer resumir experiencias diversas por las que transitó en las dos últimas décadas. Pareciera que la abstracción expresionista practicada en los años sesenta y el geometrismo puro, fundado en un sistema modular permutable de los setenta, se resumieran en una síntesis heteredoxa, de compleja relación sintética.
En efecto, en los últimos años se inclina por una pintura que recupera dos actividades contradictorias;reivindica, por una parte, la subjetividad de un hacer instintivo y por la otra, permanece fiel a la actividad reflexiva.
El procedimiento formativo que Medina induce con su obrar, produce, inevitablemente, rupturas en el código perceptivo. Se opone a la tradicional unidad lingüística de las artes visuales, optando por un precario equilibrio entre la liberación y el ordenamiento de los impulsos. Si parte del cuadro está lleno de accidentes, de gestos más o menos contenidos, de subjetividades, la otra está determinada por diseños regulares, geométricos.
Se trata, sin duda, de un juego visual de contradicciones espaciales que Medina pretende, intencionalmente, se conviertan en sugerencias "abiertas" a múltiples posibilidades perceptivas, por lo que el cuadro posee ocho soluciones parciales, ninguna definitiva son ocho posiciones desde las que el espectador puede acceder a sus propuestas.
Jorge López Anaya